Por Manuel Tiberio Bermúdez
Decidí salir a redescubrir un
sitio icónico de la literatura en el Valle del Cauca: la Hacienda El Paraíso,
el lugar en el que dicen se desarrolla la novela de Jorge Isaacs. La misma que
éste 2017, cumple 150 años de haber sido escrita.
Ubicada a unos 40 kilómetros de
la ciudad de Cali, en jurisdicción del
Municipio del Cerrito, esta antigua casona llamada también “La Casa de la Sierra”, dicen, fue construida entre los
años 1816 y 1828, por Víctor Cabal, un ganadero de la ciudad de Buga, quien
fuera alcalde de Santiago de Cali.
Luego pasó a ser propiedad del
señor, Jorge Enrique Isaacs, padre del escritor. La casa está ubicada cerca de
la cordillera central, desde donde se ve la magnificencia de ese Valle que nos
ha tocado en suerte para vivir.
El lugar es visitado por gran
cantidad de turistas que llegan diariamente, desde los más aparados rincones de
la geografía colombiana y también desde el exterior, esquivando los huecos de una carretera que le
hace falta la atención que el lugar y la afluencia de público amerita.
Arriban hasta la gran casona,
para escuchar de los guías, quienes de memoria y sin tomar aliento-, relatan la
almibarada historia de los amores
desdichados que protagonizaron los jovencitos, Efraín y María.
“María”, dicen los historiadores,
fue publicada en el año de 1867 por la imprenta de José Benito Gaitán, en
Bogotá. También aseguran que “los primeros 800 ejemplares se vendieron como pan
caliente a un peso con 60 centavos”.
Aseguran,
además que para el año 1967, el libro había alcanzado las 150 ediciones y había
sido traducido a varias lenguas pues era la novela más leída en Latinoamérica y
considerada una de las obras más románticas del continente.
Con
la celebración de los 150 años de haber sido escrita la novela, seguramente los
“Isaacologos” -¿se les dirá así?, desempolvaran extensos estudios sobre la
obra, analizaran, nuevamente, el tormentoso, desdichado y con final de llanto, amor
de Efraín y María, y darán cifras como las que aseguran que “el nombre de María
aparece 427 veces en la obra, y que Efraín le dio 7 besos a su amada en el
siguiente orden riguroso: cuatro en la mano; uno en frente, uno en el pelo, y
uno en la mejilla.
“No andaba ni cerquita el enamorado aquel”, me dijo un jovencito
de los que escuchan regueton.
También
cuentan que entre los novios se dan dos abrazos: uno de él a ella y otro de
ella a él. Dicen además que dieron 4 paseos cogidos del brazo y 11 veces se
tomaron de la mano. Bueno “algo es algo”, dicen los pelaos de ahora. Ah, y no
olvidemos al “ave negra”, la presagiadora de las desgracias, aparece dizque en
4 oportunidades en el libro.
“-Abrimos la puerta, y vimos posada sobre una de las
hojas de la ventana, que agitaba el viento, un ave negra y de tamaño como el de
una paloma muy grande: dio un chillido que yo no había oído nunca; pareció
encandilarse un momento con la luz que yo tenía en la mano, y la apagó pasando
sobre nuestras cabezas a tiempo que íbamos a huir espantadas. Esa noche me
soñé... Pero ¿por qué te has quedado así?
-¿Cómo? -le
respondí, disimulando la impresión que aquel relato me causaba.
Lo que ella me
contaba había pasado a la hora misma en que mi padre y yo leíamos aquella carta
malhadada; y el ave negra era la misma que me había azotado las sienes durante
la tempestad de la noche en que a María le repitió el acceso; la misma que,
sobrecogido, había oído zumbar ya algunas veces sobre mi cabeza al ocultarse
el sol”.
Luego del recorrido por los distintos salones de la
hacienda uno queda listo para la foto de época que le proponen y en la cual no puede faltar la escopeta con
la que “el amito Efraín dio muerte a un tigre”. Lo del tigre siempre me ha
despertado sospechas porque tigres, tigres, que uno sepa no hay en Colombia, lo
máximo que creo que ha dado nuestro territorios son hermosos jaguares, estos si
pintados pero no rayados como el tigre de la india.
“-¿La cacería ha sido
buena?
-Muy feliz.
-¿Podré decir a tu padre
que le tienes ya la piel de oso que te encargó?
-No ésa, sino una
hermosísima de tigre.
-¿De tigre?
-Sí, señora, del que
hacía daños por aquí.
-Pero eso habrá sido
horrible.
-Los compañeros eran muy
valientes y diestros”.
Tomada
la foto, y ya con hambre, me le apunto a unas ricas empanadas que venden allí
mismo, con un ají de esos de chuparse los dedos. Como no hay más que hacer
decido otra vuelta por los alrededores
de la casa a ver si de pronto, de chiripa, se me atraviesa el ave negra, o al
menos un descendiente de aquella de la novela que tanto pánico causaba en los
que la veían.
Con pereza
de regresar a la ciudad, pues el sitio es espectacular por la vista, por lo
histórico, por ese contagio que trasmite de enamoramiento, a tal punto que uno
ve a las “Marías” que llegan, con ojos
de “Efraín” y hasta dan ganas de aventarles unos versos de don Jorge Ricardo Isaacs:
“¡No bajes, por piedad
los dulces ojos;
Brillen por el placer
iluminado,
Haciendo alegre mi
existencia triste!
No
habiendo más que hacer en el lugar y camino hacia mi vehículo descubro algunas
personas mirando hacia el cielo. Claro, allí se encuentra un motivo más para
quedarme otro rato: unos hombres con ínfulas de pájaros que sobrevuelan el
firmamento con alas de vistosos colores: los parapentistas.
Busco
donde acomodarme y preparo mi cámara para fotografiar a estos arriesgados y
modernos ícaros que se cuelgan, como compañía, a quien quiera pagar 130 mil pesos por el
vuelo que dura entre 15 y 20 minutos.
Hay en
el lugar un grupo con celular en mano, palo de selfie o autofotos listo y con
una ansiedad que no les calma ni el agua ni la cerveza que consumen.
-Usted se va a tirar –pregunto a un hombre que está
acompañado de una chica y un muchacho.
-Noooo,
ni por el diablo- Mi mujer – me explica- es a quien estamos esperando; a ella
que le gustan todas esas cosas.
Y usted
se lanzaría, le pregunto a la chica. Ah
yo ya me he tirado –dice- es muy chévere.
Mientras
la chica atiende a un perro Coker spaniel, pero al que le han hecho un motilado
de Schnauzer, hecho que hago notar y que me explican es para evitarle el calor
al animal. El joven, dice: “A mi hermana, le propusieron matrimonio en un salto
de parapente. Y me cuenta:
“Vinimos
con ella y el novio. Él la invito a saltar. El salto primero y al llegar a
tierra, con la complicidad de la familia, le escribieron en el sitio en donde
ella debía aterrizar su vuelo: “¿Maria te quieres casar conmigo?.
El
piloto del parapente en el que ella venía, la demoró un poco más y descendió
luego sobre el letrero que anunciaba en letras blancas gigantes, la propuesta
de matrimonio”.
-Fue
muy bello y emotivo- dijo la chica corroborando la historia.
Por fin
luego de otros aterrizajes, la familia empezó a gritar ¡Ahí viene mamá!. Como
no era la mía, y solamente ellos, por aquello de la conexión entre madre e
hijos, sabían, -por no sé por qué extraña magia-, que ese punto lejano que venía en esa ala
gigante de tela, era su progenitora empecé a tomar fotos por si acaso, y efectivamente, esa era la mamá de los
chicos.
Ahora
sí, luego de despedirme, decidí regresar a Cali. En el camino sentí que el
viaje no estaba completo. Recordé que cuentan que “María” esta sepultada en el
Cementerio de Santa Helena y hacia allá me dirigí.
A esa
hora, 2 de la tarde el pueblo estaba tranquilo con excepción de un bar que
aventaba, a todo volumen, canciones de despecho y un grupo de parroquianos
festejaban a gritos la vida –me imagino-.
Me fui
al centro del parque en el que destacan dos figuras que supongo usted amigo
lector ya adivino de quienes se trata. Si señores: Efraín y María y el perro
Mayo. Él, de saco leva negro y pantalón gris y ella de
rosado hasta los pies vestida, y Mayo, a los pies de María en un sueño
profundo.
Hice
las fotos del recuerdo y le pregunte a un señor cómo llegar al cementerio. Me
dio las indicaciones y allá llegué. Solo, absolutamente solo el cementerio.
Supuse que la tumba que más destacara era la de “María” y efectivamente así
fue. Descuidada y sola, el sepulcro del amor de Efraín padeciendo la condena de
todos los seres humanos del planeta: el olvido. Dos pinos hacen guardia a una
cruz de hierro, en la que en letras
doradas destaca el nombre solitario: “María”.
Entonces saque el papel
impreso que había llevado para la ocasión y como una oración leí aquel trozo
con el que finaliza la novela:
“A la hora y media me desmontaba a la portada de una especie de huerto,
aislado en la llanura y cercado de palenque, que era el cementerio de la aldea.
Braulio, recibiendo el caballo y participando de la emoción que descubría en mi
rostro, empujó una hoja de la puerta y no dio un paso más. Atravesé por enmedio
de las malezas y de las cruces de leño y de guadua que se levantaban sobre
ellas. El sol al ponerse cruzaba el ramaje enmarañado de la selva vecina con
algunos rayos, que amarilleaban sobre los zarzales y en los follajes de los
árboles que sombreaban las tumbas. Al dar la vuelta a un grupo de corpulentos
tamarindos, quedé enfrente de un pedestal blanco y manchado por las lluvias,
sobre el cual se elevaba una cruz de hierro: acérqueme. En una plancha negra
que las adormideras medio ocultaban ya, empecé a leer: María...
A aquel monólogo terrible del alma ante la muerte, del alma que la
interroga, que la maldice... que le ruega, que la llama... demasiado elocuente
respuesta dio esa tumba fría y sorda, que mis brazos oprimían y mis lágrimas
bañaban.
El ruido de unos pasos sobre la hojarasca me hizo levantar la frente del
pedestal: Braulio se acercó a mí, y entregándome una corona de rosas y
azucenas, obsequio de las hijas de José, permaneció en el mismo sitio como para
indicarme que era hora de partir. Púseme en pie para colgarla de la cruz, y
volví a abrazarme a los pies de ella para darle a María y a su sepulcro un
último adiós...
Había ya montado, y Braulio estrechaba en sus manos una de las mías,
cuando el revuelo de un ave que al pasar sobre nuestras cabezas dio un graznido
siniestro y conocido para mí, interrumpió nuestra despedida: la vi volar hacia
la cruz de hierro, y posada ya en uno de sus brazos, aleteó repitiendo su
espantoso canto.
Estremecido, partí a galope por en medio de la pampa solitaria, cuyo
vasto horizonte ennegrecía la noche.
Yo, hice lo mismo…